Tras el desastre que desencadenó el tsunami en la central nuclear de Fukushima, los problemas de radiación han ido aumentando y disminuyendo durante estos casi 3 años transcurridos desde ese terrible 11 de marzo.
A pesar de que el gobierno actuó con rapidez y se dieron soluciones inmediatas a muchos asuntos, como arreglar las carreteras, proveer techo a las personas que se habían quedado sin casa y evitar que la central nuclear saltara por los aires, hay muchas cosas sin resolver, problemas derivados y preguntas sin respuestas.
El pueblo japonés se caracteriza por su alma pacífica, su paciencia e interiorización de sus sentimientos. Debido a este tipo de naturaleza, las protestas públicas por las situaciones vividas hasta ahora han sido bien pocas. Los japoneses prefieren escribir cartas a Tepco (la compañía eléctrica al mando de las centrales nucleares) o comentar anónimante en foros, twitter y otros lugares de la red. Siempre hay excepciones, claro, y en este caso, me parecen buenas. Protestar por lo que no es justo, por lo que es malo, por lo que hay que mejorar, me parece una acción muy positiva.