¡Hola a todos!, ¿qué tal van las vacaciones de Navidad? ^_______^
Como último post del año quiero hablaros del increíble viaje que hice en septiembre a Yakushima, una isla al sur de Japón que pertenece a la prefectura de Kagoshima. Es la isla que sirve de escenario a la película de la Princesa Mononoke, del estudio Ghibli. Si no habéis visto esta película, os la recomiendo fervientemente. ¡Es una de mis favoritas!
Cuando vivía en Barcelona, solía ir los domingos por la mañana al Mercat de San Antoni, con mi amiga Cristina, para comprar manga. Uno de esos domingos me acerqué a un puesto que vendía calendarios de bolsillo. Compré varios. De gatitos, para mi madre y mi hermana y uno con un paisaje, para mí. Era un río de aguas cristalinas, rodeado de piedras y árboles cubiertos de musgo. La vegetación era tan densa que la luz se veía verde. Todo el paisaje era verde. Un verde vivo y fresco. La imagen me cautivó completamente. Al darle la vuelta al calendario vi dónde estaba sacada la foto: “Yakushima, Japón”. En ese momento me prometí a mí misma que algún día iría a ese lugar. Era el año 1994, y aún conservo el calendario.
Pues bien, 20 años después, pude cumplir mi sueño visitando ese lugar.
Aunque antes de vivir en Japón ya vine de vacaciones varias veces, visitar Yakushima no es tan fácil. Además de que para llegar es necesario subirse a dos aviones (o a un avión y a un barco), está limitado el número mensual de turistas que la visitan. Yakushima fue declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco y Patrimonio Natural de la Humanidad, por eso se protege con todas las medidas posibles.
El segundo motivo por el que no la había visitado aún es porque en esa isla lo único que se puede hacer son algunas actividades acuáticas o senderismo. Eso no es ni mucho menos un punto negativo, al contrario. Lo que ocurre es que mi condición física no estaba a la altura del nivel de hiking requerido para andar por los bosques y montañas de la isla. Porque para poder disfrutar de sus paisajes no hay otra que adentrarse en sus montañas, ya que toda la isla es montañosa.
Así que, tras 3 años preparando el viaje muy en serio, informándome de las condiciones climáticas, de la naturaleza, de las rutas, puntos de interés, etc. y entrenándome para poder caminar durante horas y horas, Ryuzo y yo nos fuimos a Yakushima. Yeaaah!!!
El viaje en sí no es caro, para lo que supone viajar en Japón. En realidad, nos salió más caro comprar el equipo de hiking que el viaje en sí (avión + hotel). Aunque yo he practicado senderismo algunas veces, no tenía ningún equipo específico. En el caso de Yakushima, debido a su terreno y a sus condiciones climáticas, hay varios elementos imprescindibles sin los cuales es imposible realizar sus rutas. Por ejemplo, botas de hiking, chaqueta y pantalón impermeables, luz frontal… Y como además yo soy novata practicando senderismo de ese nivel, necesité equipo de soporte para poder cumplir con mis objetivos. En mi caso llevé bastones de senderismo y mallas o leggings de soporte. De todos modos, incluso las personas acostumbradas al senderismo dicen que algunas de las rutas de Yakushima son duras por ser muy largas.
Y es que, para colmo, yo me propuse realizar dos rutas seguidas. Una es la ruta de Shiratani Unsuikio, el bosque de musgo de la Princesa Mononoke.
* Shiratani Unsuikyo:
Longitud: 4.2 km
Altitud max.: 1050 m
Tiempo estimado: 5 h
Dificultad: Baja a media.
La otra es la ruta de Jomon sugi, la ruta que lleva hasta el cedro Jomon, el árbol más antiguo de Japón, con unos 3000-7000 años de antigüedad.
* Jomon sugi:
Longitud: 22 km
Altitud max.: 1300 m
Tiempo estimado: 10 h
Dificultad: Baja, media y alta.
La ruta de Shiratani Unsuikyo es preciosa. Imaginad un bosque de cedros cubierto de musgo, con un río que lo atraviesa y ciervos y monos paseando por doquier… Se escuchaban pájaros junto al murmullo del agua y otras criaturas inidentificables. Una paz absoluta nos invadió caminando por esos bosques. O más bien debería decir trepando, ya que el terreno es totalmente rocoso y hay que caminar sobre enormes piedras y gigantescas raíces de árboles. Esa luz verde, sobre el musgo es de las cosas más hermosas que he visto en mi vida.
Caminar junto a los ciervos y a los monos, sin que se asustaran, es indescriptible. En Yakushima está prohibido cazar animales y talar árboles, así que ellos no ven al ser humano como ninguna amenaza. Fue maravilloso tenerles tan cerca y poder ver su mirada tan serena y pura…
Al finalizar la ruta seguimos caminando para conectar con la ruta de Jomon sugui, lo que en los carteles se indicaba como 90 minutos, pero que a nosotros nos costó 2 horas. Ese tramo es realmente precioso con una naturaleza impresionante. Hay árboles enormes, con raíces casi tan grandes como su tronco, que se extienden metros y metros. Otros tenían formas tan extrañas que parecían seres de otro mundo…
Finalmente llegamos a la ruta de Jomon sugui. Esta ruta tiene una parte muy fácil, ya que una gran parte del recorrido se realiza caminando sobre las antiguas vías para las vagonetas que transportaban los árboles que se talaban en la montaña. Hoy en día sólo se usan en caso de emergencia para transportar a algún herido grave o algún árbol caído que impide el paso.
Una vez se termina el recorrido por las vías caminar se vuelve una tarea nada fácil. De nuevo hay que caminar sobre enormes piedas cubiertas de musgo, sortear raíces de árboles imposibles y cruzar varios ríos y riachuelos. Lo peor era que con cada paso había que mantener el equilibrio. Que un pie mal posicionado o un resbalón te aseguraba una caía en las rocas, con todas sus posibles consecuencias. No era una caída de vida o muerte, pero sí que te podías lastimar mucho o incluso romperte algún hueso… A todo eso hay que añadir que en Yakushima llueve cada día, no constantemente, pero sí durante varias horas y varias veces. Fue muy duro, no os voy a engañar. Hubo momentos en los que quise tirar la toalla, pero me encontraba en un punto en el que no podía retroceder tampoco, porque el camino de vuelta era todavía más largo que el de ida. Sólo podía avanzar, era la única opción. En momentos así, siempre escucho en mi cabeza la voz de Dory, cantando “sigue nadando, sigue nadando”. Me paré a contemplar el alrededor. Me pareció que las hojas de los árboles me empujaron y me ayudaron a seguir andando, porque uno de los sueños de mi vida era visitar ese lugar, y el miedo a caerme no iba a impedirme disfrutar de tal maravilloso tesoro de la naturaleza.
Al cabo de un ratito llegamos a uno de los puntos que más ansiaba alcanzar: el tocón de Wilson. El tocón de Wilson es el gigantesco tocón de un árbol hueco, con 13.8 m de circunferencia. Al entrar dentro y mirar hacia arriba, desde el punto adecuado, se ve la parte superior con forma de corazón. Además de ser precioso, es un punto de energía muy muy especial.
El camino desde el tocón de Wilson hasta llegar al Jomon sugui es el más duro. Además de por la enorme cantidad de horas que ya llevas caminando, por la dificultad del terreno. Para poder caminar más fácilmente se han construído unas escaleras de madera sin barandillas. Pero los peldaños son muy estrechos y la distancia entre ellos enorme. Así que, los tramos de subida todavía los pude hacer bien, pero los de bajada me parecían un suicidio. Si se te iba el pie y te caías podías hacerte muchísimo daño… Así que esos kilómetros los hice tan lenta que se nos hizo de noche.
La luz de la luna se filtraba entre las ramas de los árboles. Nosotros llevábamos unas luces frontales para alumbrar el camino inmediato ante nosotros. Pero a parte de eso, no se veía nada más. Escucharse, se escuchaban muchas cosas. Tenía miedo de perdernos, porque el camino allí no es camino. Hay que saltar por encima de piedras y árboles de un modo que parece inhumano. Tenía miedo de salirnos de la ruta y perdernos en el bosque. Pero no tenía pánico. De algún modo estaba segura de que nada malo iba a ocurrirnos. Varias horas después llegamos al Jomon sugi. No podía creer que estábamos frente a él. Quería abrazarlo. Pero no eran momentos de ponernos a hacer fotos ni nada de eso con semejante oscuridad y semejantes ruidos. Así que entramos en la cabaña que hay a unos 10 o 15 minutos del cedro Jomon para pasar allí la noche. Fuimos los últimos en llegar, otros excursionistas ya estaban durmiendo cuando llegamos. Comimos algo y nos metimos en nuestros sacos de dormir. Esa noche pasó un tifón por Yakushima y la tormenta en el bosque fue espectacular, con truenos, relámpagos y lluvia a cántaros.
A la mañana siguiente nos despertamos todos muy temprano. Para mí es muy raro dormir en sacos de dormir junto a gente que no conozco de nada, pero el ambiente era muy tranquilo, todo el mundo estaba muy cansado por el enorme esfuerzo del día anterior pero con una sonrisa enorme de oreja a oreja por haberlo conseguido. Todos preparaban sus desayunos y charlaban animadamente. Era la primera vez que yo pasaba la noche en una cabaña. Era la primera vez que practicaba senderismo “de verdad”. Nos quedamos los últimos y disfrutamos de los alrededores en solitario.
Emprendimos el camino de vuelta y pasamos de nuevo junto al majestuoso cedro Jomon. Esta vez sí, nos paramos y tomamos fotos. El árbol solo puede admirarse desde unas plataformas de madera que lo rodean, para que la gente no pise sus raíces y no lo dañe. Era totalmente imposible abrazarle sin romper las normas del lugar, así que no lo hice. Pero me llevé de recuerdo una de las hojas que cayeron sobre mí. Es el punto más recóndito de la isla, y para llegar allí no es nada fácil, pero os juro que vale la pena. Tener frente a ti un árbol de semejante edad te hace pensar muchas cosas. Te renueva el espíritu. Es más que maravilloso…
El camino de vuelta me resultó no más fácil que el de ida, de hecho, algunos tramos son todavía más difíciles. Además, yo soy de las que se me da mejor subir que bajar, como a los gatos… Pero lo hicimos en menos tiempo que el de ida, debido a la experiencia adquirida trepando sobre las rocas.
El resto de días que pasamos en Yakushima fueron maravillosos. Visitamos cascadas, faros, museos, tiendas de productos artesanos de madera y cerámica, fuimos a nadar con tubo de buceo y vimos cientos de peces tropicales… La gente era maravillosa, la comida exquisita y los paisajes magnificos.
Yakushima me dio algo que no tenía: valor y confianza en mis habilidades físicas. Además me devolvió la fe en varios aspectos de la vida. Me demostró la energía y la fuerza de la naturaleza y me hizo sentir inmensamente feliz al ver sus bellísimos paisajes. A cambio yo le entregué un pedazo de mi corazón y la promesa de volver algún día, pero esta vez sin esperar 20 años 😉