Esta es la crónica que David Jiménez, enviado especial en Japón, ha publicado hoy en el periódico El Mundo:

El embajador de la cobardía

Fue el primero en pedir a sus ciudadanos que se marcharan lo más lejos posible, uno de los pocos que trasladó su embajada fuera de Tokio, uno de los propagadores del pánico general con medidas desaconsejadas por todos los expertos y el representante de una comunidad expatriada que terminó huyendo a la carrera de forma indigna, sin despedirse si quiera de sus anfitriones japoneses.

Pero eso fue ayer. Nicolas Sarkozy ha llegado a Japón y, sacando pecho, se declara el primer líder que visita el país desde el desastre del pasado 11 de marzo.

En su encuentro con el primer ministro japonés, Naoto Kan, el presidente francés ha instado a una reforma mundial de las normas nucleares y anunció que Francia quiere liderar una reunión con los miembros del G-20 para fijar esas nuevas normas.

Sólo la buena educación de los japoneses les ha llevado a aceptar una visita oficial que ni desean ni aprecian, menos aún necesitan. Varias veces trataron de convencer a Sarkozy de que no era un buen momento y que andaban algo ocupados con la mayor crisis que ha vivido la nación desde la II Guerra Mundial.

No ha habido manera. Las víctimas del terremoto de Haití ya aprendieron el año pasado que cuando un político quiere la foto, hacerle desistir es imposible: Médicos sin Fronteras denunció en aquella crisis que los vuelos oficiales estaban colapsando el tráfico aéreo e impidiendo la distribución de ayuda.

Pero, ¿qué son unos pocos muertos más a cambio de un minuto en el telediario de la noche?

Asegura el Ministerio de Asuntos Exteriores francés que el viaje de Sarkozy pretende ser un gesto de solidaridad con el pueblo japonés, no un escala de conveniencia en su gira asiática como presidente del G-20. No hace falta decir que la agenda no incluye visitas cerca de la planta nuclear de Fukushima o a las menos radiactivas y más necesitadas zonas arrasadas por el tsunami.

Lo sorprendente es que Sarkozy crea a los japoneses tan tontos como para no caer en la contradicción. Esto es: que el primero en abandonar el barco, llamando al resto a secundarle, pretenda ser también el primero en volver a subirse a bordo, una vez comprobado que sigue a flote.

El miedo es libre y todo el mundo tiene derecho a irse de un país en el que no quiere estar o en el que se siente en peligro. Lo han hecho periodistas, empresarios, cantantes de hotel, expatriados franceses, suecos o españoles, animadoras filipinas de los karaokes de Roppongi o diplomáticos. Lo que parece menos razonable es que quienes se marcharon a las primeras de cambio pretendan haber estado junto a los japoneses en sus horas de dificultad. Y no es posible, entre otras razones, porque otros sí lo han hecho.

El cuerpo diplomático español, con su embajador a la cabeza y al contrario que el francés, ha seguido en Tokio. En Fukushima me encontré un británico que había decidido quedarse por solidaridad con una ciudad que le había acogido con generosidad.

Goldman Sachs comunicó a sus directivos que eran libres de marcharse, pero que no volvieran. El banco decidió no pagar a sus expatriados un billete a Honolulu, como otras multinacionales, y ofrecer a cambio algo que se ha echado en falta en esta crisis: información sobre los riesgos reales, e inexistentes a día de hoy, en la capital japonesa.

Es muy posible que, tratándose de Goldman Sachs, que no ha hecho fortuna aferrándose al altruismo precisamente, la decisión fuera un intento de preservar sus intereses económicos. Pero hay otro motivo que llevó a muchos a quedarse y que se puede encontrar en negocios más modestos como el de Vicente García.

El pionero de la restauración española en Japón, que abrió El Castellano hace 34 años, decidió mantener el cartel de abierto y ha seguido sirviendo a quienes desde la calle veían una luz tenue, encendida sólo a medias en un intento de sumarse al ahorro de energía que exigen los tiempos. “Si hubiera salido corriendo, ¿con qué cara podría mirar a los ojos de mis clientes y empleados?”, se pregunta este toledano.

Con la de Nicolas Sarkozy, por ejemplo.

http://www.elmundo.es/elmundo/2011/03/31/internacional/1301559118.html?a=878359d58337f3deecd96a011f6eb84f&t=1301564515&numero