¡Hola a todos!, ¿Qué tal estáis? (⌒o⌒)

La oferta cultural y de entretenimiento en Tokyo es tan sumamente vasta que nunca puedo alcanzar a hacer todo lo que me interesa. Aunque estas dos últimas semanas he podido ir a varios de los eventos a los que quería asistir.

Uno de ellos fue el espectáculo que el Ballet Nacional de España dio en el teatro Bunkamura de Tokyo. A Ryuzo le encanta la guitarra española y el baile flamenco, así que fuimos a ver la actuación más por él que por mí, pero creo que al final disfrutamos los dos por igual. Personalmente, a mí no me gusta mucho el flamenco, pero la manera de bailar de esta compañía de ballet realmente me encanta. Mezclan ballet clásico, danza moderna, flamenco y otras danzas españolas, al ritmo de preciosas guitarras acompañadas de palmas y percusión. La coreografías de los bailarines eran asombrosas. Se me puso la piel de gallina en varias ocasiones, pero especialmente con un número en el que una sola bailarina se lució con saltos y piruetas en un escenario azul a la luz de la luna llena. Fue realmente asombroso.

Yo apenas he ido nunca al teatro y menos a ver espectáculos musicales, por lo que no tengo mucha experiencia, pero creo que, si sois aficionados al ballet y al flamenco, os enamoraréis del Ballet Nacional de España.

El Ballet Nacional de España

Y siguiendo con el tema del ballet, voy a hablaros de algo un poco más personal…

Los que me conocéis sabéis que no suelo bailar y nunca voy de fiesta para bailar. No bailo porque siento que estoy haciendo el ridículo. Tiene culpa, en parte, mi nulo sentido de coordinación, mi incapacidad para mover los brazos y las piernas al mismo tiempo y mi memoria de pez que apenas puede recordar tres pasos seguidos XDDD. Sí, parece ser que mi sinapsis está casada directamente con mis dedos, en el resto de mi cuerpo no funciona… XD. Lo he intentado muchas veces, incluso me apunté a un curso de baile de ritmos latinos (cumbia, merengue, salsa y mambo) con unos amigos, cuando tenía unos 16 años. No había manera, era como intentar que un Playmobil bailase grácilmente. Brazos arriba y abajo, un paso hacia delante o hacia atrás, pero no me pidas nada más.

Pero en lo más profundo de mi corazón se escondía un gran sentimiento por el baile. No por los bailes de salón, ni los ritmos latinos ni el flamenco ni el hip-hop  u otros bailes modernos. Por los gráciles y suaves movimientos del ballet clásico. Por la manera en como vuelan las patinadoras artísticas. Por los sensuales y divertidos bailes de la danza del vientre.

Si mi hermana lee esto, se reirá al recordar como, cuando yo era pequeña, saltaba y bailaba por los pasillos de la casa imitando a las bailarinas de ballet. Lo hacía tan mal que resultaba cómico. Pero en realidad deseaba con todo mi corazón moverme con gracia y elegancia, igual que ellas. Nunca asistí a ninguna clase de ballet. En casa había otros planes. Así que de ese modo se ahogaron mis sueños de bailarina, tan secretamente arraigados en mi corazón.

En el último trabajo que tuve en España antes de venir a vivir a Japón conocí a Isa. Una chica realmente encantadora con la que, por desgracia, he perdido el contacto totalmente porque ya no tengo ni su teléfono ni su email. Isa y su hermana Esther practicaron ballet durante muchos años. Isa siempre me decía que “el ballet te hace ser más señorita” y que las chicas que han practicado mucho ballet se mueven de un modo diferente y a veces ella podía reconocerlas. Me encantaba escuchar sus historias sobre como practicaban, ensayaban, actuaban… sobre el horrible dolor de pies y sobre lo maravilloso que es saltar y sentir que el mundo gira al mismo tiempo que tu pirueta. Ella decía que, como mínimo, una vez en la vida hay que ir a ver un espectáculo de ballet porque es una forma de expresión humana realmente maravillosa. Y creo que tiene toda la razón, ya que con cada salto de los bailarines se eleva un poco más tu corazón.

Ballet Nacional holandés

Hace más o menos un año se introdujeron nuevas clases y actividades en el gimnasio al que voy. Yo iba allí para nadar, para practicar aquaerobic (aeróbic dentro del agua) y yoga y por supuesto, para disfrutar del onsen, que es como un SPA con agua termal.

Pero al ver el nuevo horario de actividades, vi que se habían intruducido 4 tipos de clases de ballet. Una se llamaba “Ballet workout”, otra “Classic Ballet for beginners”, otra “Classic Ballet” y la última “Ballet School”. Así que, con mucha vergüenza pregunté sobre las clases para principiantes. Me dijeron que cualquier persona de cualquier edad podía empezar las clases. Les dije que yo nunca había hecho ballet ni nada parecido y que era extremadamente descoordinada bailando y no quería entorpecer la clase. Me dijeron que no me preocupara y me informaron del equipo mínimo necesario para empezar: camiseta, mallas ajustadas que permitan ver fácilmente a la profesora la posición de las caderas y, lo más importante, zapatillas de ballet sin punta dura.

Así que, haciendo de tripas corazón, me presenté a la primera clase en marzo del año pasado. La profesora me preguntó, nada más verme, que cuántos años hacía que no practicaba ballet. Le dije que nunca lo había practicado y me miró escéptica. Empezamos la clase con estiramientos y demás y después empezamos a practicar pliés.

El plié y el gran plié son los movimientos más básicos de ballet. Fueron los primeros que me enseñaron. La espalda y la cadera tienen que quedar rectas, en 90 grados respecto al suelo, de modo que al agacharse ni la espalda ni la cadera se inclinan hacia detrás.

El mayor problema que tuve fue posicionar mi cuerpo de la manera correcta, cosa que me costó meses para empezar a hacerlo bien y todavía no lo hago correctamente. Disfruté mucho de la primera clase, a pesar de haberlo hecho pésimamente. La profesora me dio ánimos y algunas de las mujeres que también asistían a la clase se me presentaron, muy parlanchinas y simpáticas, y me preguntaron muchas cosas. Incluso una de ellas habla español muy bien, así que charlamos antes y después de las clases, en los vestuarios.

Después de un tiempo asistiendo a las clases semanalmente, la profesora me dijo: “Si hubieras empezado a hacer ballet desde pequeña habrías podido ser una bailarina profesional. Tienes la estructura ósea y muscular perfecta para ser bailarina. Por eso cuando llegaste aquí el primer día y me dijiste que nunca habías hecho ballet pensé que me engañabas, porque con esos músculos en tus piernas y la flexibilidad de tus pies era imposible creer que eras novata”.

Cuando escuché sus palabras, no sabía si alegrarme o entristecerme. Pero me motivaron para esforzarme mucho más en las clases de ballet. Todo hay que decir, las clases de “Ballet school” sí que son para formar a profesionales, pero a las que yo asisto, no. Así que, aunque la profesora es estricta (cuando se enfada chilla como un yakuza XDDD, ¡¡¡me encanta esa mujer!!!), esas clases de ballet no son tan duras como las de los estudios de ballet. De todos modos, empecé a esforzarme mucho más. Empecé a adelgazar, a perder grasa localizada, a sentirme más ligera y… me rompí. XDDD Al forzar la posición de la espalda y ponerla recta, para no caminar o sentarme encorvada como toda mi vida, los músculos de la espalda sufrieron  unos problemas que son totalmente normales cuando corregimos la postura. En mi caso el problema se alargó y tuve que estar varios meses sin practicar ballet y asistiendo a un masajista.

Desde principios de año estoy asistiendo a las clases de nuevo y según la profesora he mejorado. Mi cuerpo empieza a ser un poco más flexible y puedo recordar algunas series de movimientos muy sencillas sin perderme. Mis pliés son correctos y mantengo la espalda y la cadera en posición recta más fácilmente. Este avance no es nada para  una persona normal, pero os aseguro que para mí es una auténtica victoria, ¡ja, ja, ja!

Pero lo mejor de todo me pasó hace un par de semanas. Hasta ahora no sentía la música durante las clases y me movía muy descoordinadamente. Pero la profesora puso una melodía que me llegó directa al corazón. Fue la primera vez que hice los movimientos sintiendo la música y sin mirarme los pies. La melodía era “Trois Gymnópedies”, de Erik Satie.

Cuando apartamos las barras en las que nos apoyamos y dejamos todo el estudio libre para bailar (siempre hacemos esto los últimos 20 minutos de clase), la profesora nos enseñó la mini coreografía para ese día y puso la música, esa misma melodía. No podía creer lo que sentía. Algo dentro de mí me empujaba sin razón a saltar y moverme de un lado a otro. Se me apetecía mover los brazos en círculo y girar, como si eso hubiese estado grabado dentro de mí desde que nací. Indudablemente, permanecía inmóvil, en la última fila de bailarinas delante del espejo, observando de nuevo a la profesora, demostrando el tempo con el que teníamos que bailar. Cuando llegó nuestro turno, no podía creer lo que estaba pasando. Por primera vez, en toda, toda, toda mi vida, estaba bailando, sintiéndolo con el corazón. Sin mirarme a los pies y sin preocuparme por nada más que seguir los pasos. Aunque no lo hice bien, me sentía feliz, muy feliz. Es realmente ridículo, pero hasta se me saltaron las lágrimas y durante horas no pude quitarme la sonrisa del rostro, ¡ja, ja, ja! XDDD

En fin, que me alegro mucho de seguir haciendo ballet, aunque parece ser que mis dotes de bailarina no tienen mucho remedio… Al menos, he superado el miedo al ridículo… XDD

¡Un beso enorme!

El Ballet Nacional de Japón, espero poder verles algún día ^__^.

Mis zapatillas de ballet cuando las estrené, ahora ya están un poco arañadas por el uso ^__^.